Esta es una de esas
historias que no deberían ser publicadas.
Me arriesgue y aquí estoy,
escribiendo algo tan íntimo que ni siquiera el protagonista de este cuento
sabe. Lo desempolve de mi amado cuadernillo de notas. El que siempre me acompaña.
Sí, mi cómplice en todo sentido.
Hoy conocí a un chico. Lo vi
salir de su casa. Es alto, mmm! Muy alto para mí. Tiene un cabello brillante y muy peculiar. Lo que más me impactó fueron sus ojos color miel. Casi podía ver su interior. Casi que podía verme
yo. Sí, creo que lo estoy describiendo bien, por lo menos para mí.
Quería decirle cuanto me ha
emocionado verle, pero tenía poco tiempo y tuve que partir. Me fui con la
esperanza de volver a ver sus ojos, de volver a verlo a él. Ha sido la primera
vez que veo su ser y siento que ya lo he conocido de antes. No exagero, es
cierto.
Pasan los días y su imagen se me atraviesa
sin querer por mi mente. Cosquilleos en el estómago y sas! una sonrisa dibuja
mi rostro. Es algo tan raro, no lo conozco, no sé quién es. A duras penas se su
nombre. Wow! Me ha impactado tanto, seguramente es eso.
Ha pasado una semana y hoy lo vi
nuevamente. Fui a ese lugar. Él iba a estar allí, yo no podía faltar. Llegué y
me senté a su lado. Pues, al único que conocía era a él. New impact. Sus ojos
color miel, su peculiar cabello, sus finos labios, él. Disimulé bien, creo. Escondía
mi mirada detrás de unas gafas oscuras, él no se daba cuenta, pero mis ojos recorrían
todo su ser.
Luego, entablamos una conversación de
horas. El tiempo fue corto para lo mucho que charlamos. Hablamos de política,
de ciencia, de arte y de religión. De lo que me gusta y de lo que le gusta. Parte
de nuestras vidas también salió a flote. Fue como una confesión. Me quitó las
gafas. Él dijo que me había desnudado y tenía razón. Bajé la mirada.
Entre whisky y música, nos conocimos. El no bebió. No me atrevía aun a decirle cuanto me ha
impactado. Lo tenía tan cerca. Acaso no tendría yo el valor suficiente, o, tal
vez fueron las cosas de la vida lo que me lo impidió. Vaya “cosas de la vida”.
Más whiskys. Por fin. Pude acercarme
a su oído y lo único que le dije fue que moría por darle un beso. A lo cual él respondió
positivamente. No se lo dí. La falla, lo sé. Santo Dios! No se necesita del whisky para ser valiente. No fue la falta de eso que no me hizo dárselo. Eran las
malas decisiones que me alejaron de sus labios. Sus finos labios.
Más música. Confieso que me hubiese quedado hasta la madrugada solo por él. Todo era tan diferente. Me sentía bien. Pero, ya era hora de partir. Otra vez. La historia se está poniendo algo triste.
Un vehículo. Sin saber que ya había sembrado una semillita en su corazón, cometí
otro error. Fotos de grupo. Y sin más whisky decidí robarle un beso, un abrazo
fue el pretexto. Nadie nos vio. Solo el cielo. Solo Dios, él y yo. Despedida.
Se quedó en su casa, de donde lo vi salir por primera vez. Donde conocí su
piel, su cabello, sus labios y sus ojos color miel. Donde me impactó.
Adiós. Adiós a sus ojos color
miel que me penetraban el alma, adiós a sus finos labios los cuales roce una
sola vez, adiós a su bello afro. Adiós a su ser.
Han pasado 7 meses y no lo he vuelto a ver. No niego que lo extraño.
Nos
escribimos, pero… no es lo mismo.
Al pasar el tiempo me di cuenta de que había perdido una de mis mayores
oportunidades. El.
Whisky, música, charla, vehículo, ERROR, fotos, beso. Adiós. Sin él.
No es la mejor historia del mundo, ni la novela de amor mas romántica pero si fue una experiencia de esas que yo llamo "las de la estrella fugaz". De esas que anhelo tenga mas contenido para contar.
No es la mejor historia del mundo, ni la novela de amor mas romántica pero si fue una experiencia de esas que yo llamo "las de la estrella fugaz". De esas que anhelo tenga mas contenido para contar.