Las madrugadas no son tan malas del todo, solo son silenciosas. Vas dejando la vida almacenada de a poco en las madrugadas. Lo he sentido; es como la fragilidad de un lapicero y la inestabilidad de mis palabras reinventadas. No le digas a las mañanas lo que sientes en las madrugadas, no le susurres a los atardeceres que mueres porque sea eterno, esto también sirve. Las lecturas y las canciones, los ojos que tratan de ya no observar interiores, la lengua salada de tanto saborear iniquidades, solo son el tormento de quien se bloquea en una verdad efímera. El miedo es sagrado tanto como el tiempo, la felicidad viene a carrera detrás, y te toca la espalda, y se va. No le digas que se quede; ella sola volverá, en otros cuerpos, en otras memorias, pero siempre volverá. Las madrugadas son enemigas de los que les incomoda soñar. El trago y las calles vacías, las luces y los semáforos dañados. El señor y la señora vida desgastada y aprendida con el caminar. Repito, no existen edades en las madrugadas, no existe el olvido, solo silencio y una que otra alma paseándose hasta despertar.