La noche y su silencio inquietante, el tic tac en el reloj de la pared, muevo mis ojos de un lado al otro para sentirlos vivos y apunto cosas en todos lados.
Ahora pienso:
Sobran tornillos y faltan venas, sobra polvo y falta sensibilidad. Debería dejar de pensar tanto y de cuestionar, debería. Pero no soy moralista para guardarme los pensamientos y solo hablar bonito para que no me tachen de vulgar. No SOY de máscaras. Miro a través de la ventana como el cielo pasa de azul a naranja y a violeta y luego a negro, y como pasan los rostros y recuerdo que me sigo doliendo de la mar de esos ojos soñadores que perdieron un amor, como yo he perdido varios. Como perdí uno hace 138 versos. Y de las carreteras que he caminado en compañía de esta soledad que es amiga en estos tiempos y que eso de pertenecer queda muy amplio cuando ni la sombra que cargas es tuya.
¿Cómo es eso de esconderte de ti mismo para que los demás te vean como parte del círculo? ¿Para qué? ¿ Por qué? Si cuando estás dentro eres reinventado y te aíslas con la nada. Cerebros con pajas morales, el insomnio perdido, los placeres reprimidos, salud en hilos y ratas en mesas grandes, bocas sin besos, lenguas amargas, ojos entreabiertos, maquinas andantes y manos con sangre. El sistema.
Y saber que esta alma vieja es una niña que compone música... escribiendo, que convierte lágrimas en autorretratos, que ya no huye a otro lugar que no sea ella misma, si acaso se le puede atribuir la palabra huir. Cuéntaselo a un doctor y se quedará anonadado. Cuéntaselo al viento y este te creerá, que todavía existen corazones fuertes, almas necias, miserables que escribimos ilusiones verdaderas, que no gustan pero liberan.