Hoy me enojé contigo, conmigo.
Con todo, y terminé
con mi rostro en el suelo.
8 de Mayo
Pensaba en su elegante arrogancia con la que se delataba y en su presurosa cobardía. Tal vez tuvo miedo a tanto: uno a veces cree que puede darse solo la felicidad en medio de un mar lleno de criaturas desconocidas y no ahogarse. Tal vez ese miedo a ser descubierto... muy tarde, lo que le llevaba a encerrar su corazón y mostrarme indiferencia. Me decía: como puede amarse a otra persona cuando no se ama a si mismo, pero de vez en cuando lo hacía. Hasta que yo transformé eso en miradas dolidas y pasos muertos.
Pensé en mi torpe proceder, en cada detalle que le hacía amarme y alejarse de a poco. Me ví al borde de un abismo: tal vez no tú, sino yo, quien detuvo el curso de nuestro cielo, de nuestro suelo, de nuestra primera vida juntos.
No hubo un instante en el que no me reprochara lo tonta que fuí aquel día en que le aparté del preciado mundo que le había inventado, y a raíz de eso describí el episodio y lo (des)compuse:
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Las brisas tenían melodía,
tu sonrisa estaba en mi cabeza
y de pronto tus pupilas se centraron en mis senos
como devorándolos.
Era en una tarde gris
de nuestra primera vida juntos,
única vez que nos mantuvimos sanos,
tan cerca del presente sin tiempos,
tan cerca de las cuerdas
y tinta en nuestras manos.
Cayó la tarde,
caímos los dos.
Tus pupilas
y la brisa se incendiaron,
mis senos secaron
y empecé a temblar...
¡que tonta!
me repetí sin culpa,
¡que tonta!
Morí tres veces seguidas
hasta volverme loca en la parada,
tú,
fuerza perdida,
alejaste tu corazón con cirugías vagas
de mi oído
y me dijiste con tus manos nerviosas
que no podías hacer nada.
Los ojos me sudaron,
mis manos helaron,
tu corazón dejó de latir.
Nuestra primera vida juntos
y yo la detuve en el aire.
Vida nuestra,
juntos en el aire.
Ya nada,
solo el aire.
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