jueves, 6 de abril de 2017

Noche VIII


Moriré: una, dos, tres, 
mil veces mientras existas;
mientras notes que de mí solo quedas tú. 

10 de Mayo

Todo era tan paradógico. ¿Acaso trataba de enseñarme algo? (como las veces que me pedía ser fuerte porque el no podría estar en cualquier momento y yo le decía que no iba a morir suponiendo que de eso se trataba sin darme cuenta que sigilosamente estaba preparándome para su partida) 

Acaso, por así decirlo, quería sanarme de la enfermedad dividida que nos afectaba a ambos? Todo o nada podría ser y nadie sabía lo que podría pasar. A pesar de la indeferencia, del rechazo y sus inesperadas señales, me empecinaba en buscarle y en solo hacerle saber que le extrañaba, que le necesitaba, que le amaba. (se es muy egoísta en situaciones como estas, cuando te aferras solo a tu dolor y no alzas tu mirada para ser empático) Cargaba a sueltas mis promesas y el seguía taciturno. 

Me parecía a aquel náufrago que se daba a la muerte luego de tantos días de tribulación, pero que de alguna manera extraña renacía de el mismo un tipo de luz (esperanza) y amanecía vivo al siguiente día en su bote, solo y abatido con el sol burlándose de su cuerpo y la mar de su sed. No lo entendía.  Es que hasta esa noche no comprendía que el renacimiento venía al abrir los ojos del amor y no del dolor. Y que tenía que empezar por mí.

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